«Por favor, papá, no le pegues…»

Esta  frase expresa la angustia, el miedo, la vulnerabilidad de las “otras víctimas” de la violencia machista en el hogar. El menor que presencia cómo se agrede a su madre es una víctima más del machismo criminal. Sus  heridas más visibles son psicológicas y graves: temor, angustia, desprotección. Pero debemos añadir otra, menos visible aunque no menos importante: la privación de la función protectora que corresponde al padre.  En el momento que el padre lesiona  a la madre, especialmente si lo hace en presencia de sus hijos,  deja de cumplir su función paterna  con los hijos y se convierte en un enemigo amenazante, alguien que puede dañar o acabar con su vida: un agresor psicológico en ese momento, pero más que probable agresor físico en el futuro.  Por ello, obligar al menor a depender de él, significa imponer que sea el real y potencial  agresor el que controla su vida, sus tareas escolares, su comida y sus actividades, lo cual es una tragedia y un trauma. El trauma de tener que aceptar como padre a alguien que no cumple su función.

Los menores que se encuentran en esa situación  son víctimas reales y directas  de la violencia machista y sus daños más evidentes son la angustia y el miedo;  pero cada vez más los niños saben que son objetos que lo padres usan para agredir indirectamente a sus madres.  Varios casos recientes muestran la frecuencia y facilidad con la que niños de diversas edades son tomados como objetos mediadores en el odio contra sus  madres. Demasiados casos en los que los padres utilizan a los hijos como chivos expiatorios de su machismo, revelando que han renunciado a su función paterna. ¿Es que esto no se ve en los  juzgados?

Si hemos hecho posible que las mujeres eviten la muerte y huyan  de  sus agresores, ¿por qué no hacerlo a la vez con los niños, no permitiendo las custodias o restringiendo y vigilando mejor las visitas  a quienes han demostrado no solo que han dejado de ejercer la función paterna, sino que pueden actuar con odio desviado y dañino? ¿No se puede extender a los menores la protección que se brinda a sus madres? En una situación semejante, ¿quién tiene prioridad, los agresores o las posibles víctimas a las que se coloca en una situación de indefensión más que peligrosa?

 

 

Concepción Fernández Villanueva. Profesora Titular de la Universidad Complutense de Madrid y Profesora del Máster Universitario en Igualdad de Género en las Ciencias Sociales (UCM).

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